Cuando uno se enfrenta con una situación inevitable, insoslayable, siempre que uno tiene que enfrentarse a un destino que es imposible cambiar, por ejemplo, una enfermedad incurable, un cáncer que no puede operarse, precisamente entonces se le presenta la oportunidad de realizar el valor supremo, de cumplir el sentido más profundo, cual es el del sufrimiento. Porque lo que más importa de todo es la actitud que tomemos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al cargar con ese sufrimiento.
Citaré un ejemplo muy claro: en una ocasión, un
viejo doctor en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión que padecía.
No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos
años y a quien él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma
podía ayudarle? ¿Qué decirle?
Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de
ello le espeté la siguiente pregunta: "¿Qué hubiera sucedido, doctor, si
usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?" "¡Oh!",
dijo, "¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!" A
lo que le repliqué: "Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese
sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su
muerte. "No dijo nada, pero me tomó la mano y, quedamente, abandonó mi
despacho. El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento
en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio.
Viktor Frankl. EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO.
Barcelona: EDITORIAL HERDER 1991, págs. 113, 114.
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